Resurreccion复活.doc

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1、Len TolstoyResurreccinEntonces se le acerc Pedro y lepregunt: Seor, cuntas ve-ces he de perdonar a mi hermanosi peca contra m? Hasta siete veces? Dcele Jess: No digoyo hasta siete veces, sino hastasetenta veces siete.SAN MATEO, 18, 21-22.Cmo ves la paja en el ojo detu hermano y no ves la viga en el

2、tuyo?SAN MATEO, 7, 3.El que de vosotros est sin pe-cado, arrjele la piedra el pri-mero.SAN JUAN, 8, 7.Ningn discpulo est sobre sumaestro; para ser perfecto ha deser como su maestro.SAN LUCAS, 6, 40.PRIMERA PARTEIEn vano los hombres, amontonados por centenares y miles sobre una estrecha extensin, pro

3、curaban mutilar la tierra sobre la cual se apretujaban; en vano la cubran de piedras a fin de que nada pudiese germinar en ella; en vano arrancaban todas las briznas de hierba y ensuciaban el aire con el carbn y el petrleo; en vano cortaban los rboles y ponan en fuga a los animales ya los pjaros; la

4、 primavera era la primavera, incluso en la ciudad. El sol calentaba, brotaba la hierba y verdeaba en todos los sitios donde no la haban arrancado, tanto en los cspedes de los jardines como entre las grietas del pavimento; los chopos, los lamos y los cerezos desplegaban sus brillantes y perfumadas ho

5、jas; los tilos hinchaban sus botones a punto de abrirse; las chovas, los gorriones y las palomas trabajaban gozosamente en sus nidos, y las moscas, calentadas .por el sol, bordoneaban en las paredes. Todo estaba radiante. nicamente los hombres, los adultos, continuaban atormentndose y tendindose tra

6、mpas mutuamente. Consideraban que no era aquella maana de primavera, aquella belleza divina del mundo creado para la felicidad de todos los seres vivientes, belleza que predispona a la paz, a la unin y al amor, lo que era sagrado e importante; lo importante para ellos era imaginar el mayor nmero pos

7、ible de medios para convertirse en amos los unos de los otros.As, en la oficina de la prisin de una cabeza de partido se consideraba como sagrado e importante no el hecho de que la primavera regocijase y encantase a todos los hombres ya todos los animales, sino el de. haber recibido la vspera una ho

8、ja timbrada y numerada que contena la orden de conducir aquel mismo da, 28 de abril, a las nueve de la maana, al Palacio de Justicia a tres detenidos: dos mujeres y un hombre. Una de esas mujeres, considerada la ms culpable, deba ser conducida por separado. Y he aqu que, de conformidad con semejante

9、 aviso, el 28 de abril, ,a las ocho de la maana, el vigilante jefe entr en el sombro e infecto coorredor del departamento de mujeres. Iba seguido por la vigilanta, mujer de aspecto cansado, de cabellera gris, vestida con una camisola cuyas mangas estaban adornadas de galones y la cintura recamada de

10、 azul.-Viene usted a buscar a Maslova? -pregunt, acercndose con el guardin a una de las celdas que daban al corredor.El vigilante, con un ruido de chatarra, hizo funcionar. a cerradura y abri la puerta, por la que se escap un aire ms nauseabundo an que el del pasillo.-Maslova! Al tribunal! -grit. Lu

11、ego cerr la puerta y aguard.Incluso en el patio de la prisin, el aire que llegaba de los campos era fresco y vivificante. Pero en .aquel corredor, la atmsfera se mantena pesada y malsana, infectada de estircol, de podredumbre y de brea, lo que haca que todo recin llegado, desde el mismo momento de s

12、u entrada, se pusiera trste y taciturno. La vigilanta lo not tambin, por muy acostumbrada que estuviese a aquel aire viciado. Apenas entr en el comedor experiment una especie de fatiga y somnolencia. .En la celda comn de las presas se oan voces y el ruido de pasos producidos por pies descalzos.-Vamo

13、s! Ms aprisa! Te digo que te apresures, Maslova! -grit el vigilante jefe por la rendija de la puerta entornada.Dos minutos despus apareci una mujer joven, bajita, de pecho amplio, vestida con un capotn de tela gris puesto encima de una camisola y de una saya blanca.Con paso seguro se acerc al vigila

14、nte y se detuvo a su lado. Llevaba medias de tela y, como calzado, unos trapos bastos arreglados en la misma crcel a manera de zapatos; se cubra la cabeza con una paoleta blanca que coquetamente dejaba escapar los bucles de una abundante cabellera negra. Su rostro tena esa palidez particular que sig

15、ue a un largo enclaustramiento y que recuerda el tinte de las simientes de patatas guardadas en los stanos. La misma palidez haba invadido igualmente sus manos, pequeas y anchas, y su cuello lleno, que emerga de la gran abertura del capotn. y en aquel color mate del rostro se destacaban unos ojos ne

16、gros, brillantes y vivos, uno de los cuales bizqueaba ligeramente.La joven se mantena erguida, adelantando su amplio busto. Al llegar al corredor levant la cabeza, mir directamente al vigilante a la cara y se detuvo en una actitud que daba a entender que estaba dispuesta a hacer todo lo que se le ma

17、ndase. La puerta de la celda iba a cerrarse cuando apareci el rostro plido, arrugado y severo de una anciana que se puso a hablarle a Maslova. Pero el vigilante rechaz con el batiente de la puerta la cabeza de la presa, que desapareci. Una risa de mujeres reson en el interior. Maslova sonri igualmen

18、te y se acerc a la mirilla enrejada. Desde el otro lado la vieja le grit con voz ronca: ,-Sobre todo, procura no decir demasiado! Repite siempre lo mismo y nada ms!-Bah! -dijo Maslova sacudiendo la cabeza-. Me pase lo que me pase, nada podr ser peor de lo que es. Todo es una misma cosa.-Desde luego

19、que todo es una cosa, y no dos -dijo el vigilante jefe, convencido de haber hecho un brillante juego de palabras -.Vamos, en marcha!El ojo de la vieja, pegado tras la mirilla de la puerta desapareci y .Maslova sigui al guardin con cortos y precipitados pasos. Bajaron la ancha escalera de piedra, pas

20、aron ante las celdas de los hombres, ms malolientes an y ms ruiidosas que las de las mujeres, y, bajo las miradas de los inquilinos de las celdas, llegaron as a la oficina de la crcel, donde aguardaban dos soldados con el fusil en bandolera. El escribiente que se encontraba all dio a uno de los sold

21、ados una hoja impregnada de olor a tabaco y dijo, sealando a la detenida:-Hazte cargo.El soldado, un campesino de Nijni-Novgorod, de cara marcada por la viruela, se puso el papel en la vuelta de la manga, sonri y gui maliciosamente los ojos a su camarada, un chuvaco de anchos pmulos prominentes. Los

22、 soldados y la presa salieron de la oficina y luego franquearon la gran verjade la crcel.El grupo camin por la ciudad por el centro de la calzada. Los cocheros, los tenderos, las cocineras, los obreros y los empleados se detenan, examinando con curiosidad a la presa. Algunos sacudan la cabeza y pens

23、aban: He ah adnde lleva una mala conducta, que afortunadamente no se parece a la nuestra. Los nios miraban con espanto a aquella criminab, pero se tranquilizaban a la vista de los soldados que la ponan en la imposibilidad de hacer dao. Un campesino que acababa de tomar t en la posada y venda carbn s

24、e acerc a ella, hizo la seal de la cruz y le entreg un copec. La joven en-rojeci, baj la cabeza y murmur algunas palabras.Sintiendo miradas fijas en ella, observaba sin volver la cabeza a quienes se quedaban contemplndola al pasar, divertida por verse objeto de tanta atencin. Gozaba tambin de la dul

25、zura del aire primaveral al salir de la atmsfera malsana de la crcel.Pero, habiendo perdido la costumbre de caminar, con sus zapatos de trapo se lastimaba al pisar sobre las piedras, esforzndose por no apoyarse demasiado en el suelo. Al pasar ante la tienda de un vendedor de harina en cuyo umbral pi

26、coteaban algunas palomas, la presa estuvo a punto de pisar a una de ellas. sta levant el vuelo y, con un batido de alas, casi roz la oreja de MasIova. Ella sonri; luego, al recordar su situacin lanz un profundo suspiro.IILa historia de la acusada Maslova era de las ms triviales.Maslova era hija natu

27、ral de una guardiana de ganado en la finca de dos viejas seoritas. Aquella mujer, soltera, traa un nio al mundo cada ao. Como sucede ordinariamente, los pobres pequeos, nada ms nacer, eran bautizados, y luego no tardaban en morir. La madre en efecto no quera alimentar a aquellos nios venidos sin que

28、 ella los pidiese, de los que no tena necesidad y que la impedan trabajar.Hasta el nmero de cinco, todos se haban ido as. El sexto, nacido de un gitano de paso, era una nia, y su suerte habra sido la misma si el azar no hubiese llevado a una de las dos viejas seoritas a entrar en el establo para hac

29、er reproches con motivo de una cierta nata que tena gusto a vaca. Encontr all a la parturienta tendida en tierra, con una nia muy hermosa a su lado que no peda ms que vivir. La vieja seorita reproch a las sirvientas, adems de la nata, haber dejado en aquel lugar a una mujer en ese estado. Luego, cua

30、ndo se dispona a salir, percibi a la nia, se enterneci e incluso expres el deseo de ser su madrina. Hizo, pues, bautizar a la pequeuela y, apiadndose de su ahijada, mand dar a la madre leche y un poco de dinero. As, la nia pudo vivir.Tena tres aos cuando su madre cay enferma y muri. y como su abuela

31、, tambin guardiana de ganado, no saba qu hacer de ella, las dos viejas seoritas la acogieron en su casa. Con sus grandes ojos negros, era una niita extraordinariamente viva y graciosa, y las dos ancianas se divertan vindola. La ms joven, y tambin la ms indulgente, se llamaba Sofa Ivanovna; era la ma

32、drina de la nia. La mayor, Mara Ivanovna, se inclinaba ms bien a la severidad. Sofa Ivanovna vesta a la nia, la enseaba a leer y soaba con hacer de ella una hija adoptiva. Mara Ivanovna, por el contrario, pretenda hacer de ella una sirvienta, una complaciente doncella. Partiendo de este principio, s

33、e mostraba exigente, daba rdenes a la nia y, en sus accesos de mal humor, incluso llegaba a pegarla. Cuando la nia creci, result que, debido a estas dos influencias .divergentes, se encontr siendo a medias una doncella ya medlas una seorita. As, le daban un nombre correspondiente a esta situacin int

34、ermedia: en efecto, no la llamaban ni Katka ni Kategnka, sino Katucha. Ella cosa, arreglaba las habitaciones, limpiaba el icono, serva el caf y haca lavados pequeos. De vez en cuando acompaaba a las seoritas y les lea.Varias veces la haban solicitado en matrimonio, pero siempre se haba negado: mimad

35、a por el contacto con la existencia regaona de las dueas, comprenda cun difcil le resultara vivir con un rudo trabajador.Hasta la edad de dieciocho aos haba vivido de esta manera. Por aquella poca lleg a casa de las viejas seoritas su sobrino, entonces estudiante y rico prncipe adems; y Katucha lo h

36、aba amado, sin osar confesrselo ni a l ni a s misma. Dos aos despus, el joven, en camino para la guerra contra los turcos, se detuvo durante cuatro das en casa de sus tas. Pero antes de su partida sedujo a Katucha; en el ltimo instante le desliz rpidamente un billete de cien rublos y parti. Cinco me

37、ses despus, la muchacha no poda ya dudar de que estaba en cinta. A partir de ese momento, todo le pesaba, y su nico pensamiento era conjurar la vergenza que la amenazaba; serva a las ancianas seoritas, pero negligentemente y de mala gana: era algo ms fuerte que ella. Se insolentaba con las ancianas

38、y se arrepenta despus. Finalmente, ella misma solicit marcharse y nadie se opuso.Despus que hubo abandonado a sus protectoras, entr como doncella en casa de un comisario de polica rural; pero el comisario, un viejo de ms de cincuenta aos, se apresur a hacerle la corte, de forma que no pudo quedarse

39、en casa de l ms de tres meses. Como un da se hubiera mostrado ms audaz an, ella lo trat de imbcil y de viejo verde, y l la despidi por su impertinencia. Ya no poda pensar en buscar otro puesto, porque se acercaba el trmino de su embarazo. Entonces entr en pensin en casa de una viuda que tena una tab

40、erna y era al mismo tiempo comadrona. El parto se realiz sin que tuviese que sufrir demasiado. Pero la comadrona, habiendo tenido que dirigirse al pueblo a asistir a una aldeana, peg la fiebre puerperal a Katucha. El nio de sta cay igualmente enfermo. Hubo que enviarlo a un hospicio, donde muri en p

41、resencia de la mujer que lo condujo all.Por toda riqueza, Katucha estaba en posesin de ciento veintisiete rublos: veintisiete ganados por ella y cien rublos que le haba entregado su seductor. Pero al salir de casa de la comadrona no le quedaban ms que seis. El dinero se le derreta en los dedos, bien

42、 por culpa de ella, bien sobre todo por culpa de los dems: se lo daba a quien lo quera. Sus dos meses de pensin en casa de la comadrona le haban costado cuarenta rublos; veinticinco se haban empleado para enviar al nio al hospicio; luego, en forma de prstamo y pretextando la compra de una vaca, la c

43、omadrona le haba sacado cuarenta rublos ms; quedaban veinte rublos y Katucha los haba gastado sin saber cmo, en adquisiciones intiles o en regalos; as, cuando estuvo curada, no tena ya dinero y se encontraba en la obligacin de buscar un puesto. Acept uno en casa de un guardia forestal, que estaba ca

44、sado. Pero, lo mismo que el comisario, ste se puso, desde el primer da, a perseguirla con sus asiduidades. A la joven sirvienta le repugnaba, y procuraba defenderse de sus tentativas. Pero su amo la sobrepasaba en experiencia y en astucia y, justamente porque era el amo, poda darle las rdenes que co

45、nvenan a sus propsitos; habiendo, pues, acechado el momento propicio, consigui poseerla. Sin embargo, su mujer, que no tard en saberlo, sorprendi un da a su marido en una habitacin hablando a solas con Katucha, y golpe a esta ltima en la cara. Se origin entonces una pelea, y esto fue el pretexto par

46、a despedir a la sirvienta sin pagarle su salario.Entonces, Katucha se dirigi a la ciudad, a casa de una ta suya casada con un encuadernador. En otros tiempos, ste haba estado en buena situacin, pero sus clientes lo haban abandonado; se haba entregado a la embriaguez y se gastaba en la taberna todo e

47、l dinero que poda procurarse.Los magros beneficios de un pequeo establecimiento de lavandera explotado por la ta permitan a sta proveer a la alimentacin de sus hijos y al sostenimiento de su borracho marido. Ofreci a Katucha ensearle su oficio. Pero la existencia de las obreras empleadas en casa de

48、su ta pareci tan penosa a la muchacha, que su sola vista la hizo vacilar y prefiri recurrir a una oficina de colocacin y pedir alli un empleo de sirvienta. En efecto, encontr uno en casa de una dama viuda que viva con sus dos hijos, todava en el colegio. El mayor era alumno de sexto ao, de bigote incipiente, y no llevaba una semana en la casa la bonita criada, cuando l descuidaba sus estudios para hacerle la corte. Pero la madre se dio cuenta y la despidi. No haba otro empleo a la vista.No obstante, Katucha entabl

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